Pues sí, amigos, he ahí el
dilema. Y aunque yo no sea príncipe de Dinamarca, tal es el acuciante dilema
que me desasosiega de un tiempo a esta parte: si es preciso acudir a la llamada
dulcemente imperativa de un corazón ilusionado, que gritando en mi interior se desgañita
pesaroso cuando no es escuchado, o
claudicar indolente arrastrado por un marasmo intelectual que me anestesia
mientras soy consciente que las piezas que componen mi camino siguen sin
encajar. En fin, creo que como otras veces, acudiré en busca de ayuda al templo
de Delfos y su conocido aforismo, perla de sabiduría nunca suficientemente
ponderada y más vigente que nunca: “Conócete
a ti mismo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario